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INCLUSIÓN JUVENIL: DESAFIOS POLÍTICOS Y LEGITIMIDAD EMERGENTE

 

DIEGO FERNANDO PINEDA MONTOYA 2009.



En los últimos años la mayoría de países de América Latina han puesto en la agenda pública el tema de la juventud, asociando a esta población con situaciones de violencia y diversas problemáticas sociales. A través de políticas y planes de desarrollo han fortalecido discursos en los que el mundo joven adquiere vital importancia en escenarios sociales, políticos y culturales. La categoría de juventud se abre camino legitimándose en un contexto complejo donde muchas veces la lectura adulta está centrada en la vinculación del joven a un orden social establecido, en palabras de Reguillo (2000) serían los “incorporados” donde la cultura hegemónica busca la pertenencia de estos jóvenes al escenario escolar, laboral o religioso.

 

Allí la modernidad plantea un ideal y unas exigencias al sujeto joven, lograr el progreso social a partir de criterios como la disciplina, el conocimiento objetivo, la razón y la interiorización de la norma como parámetro de vigilancia y control. Se buscaba que los jóvenes, enorme potencial para su vinculación al mundo laboral y productivo, se convirtieran mediante un proceso de disciplinamiento en sujetos verdaderos, estables, equilibrados y emprendedores, olvidando las bajas pasiones, el desenfreno, ocio y descontrol; como plantearía Rossana Reguillo (2000, 122) el proyecto de modernidad excluye a aquellos que no cumplen con ese ideal de sujeto joven. 

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En lo que toca a la ciudadanía, quisiera detenerme brevemente en la idea de una modernidad cuestionada para hacer alusión de la crisis del proyecto modernizador en el caso de América Latina, que al tratar de volverse moderna olvidó en el camino un conjunto de prácticas, de actores y de procesos que no cabían en un proyecto de signo eurocéntrico, masculino, adulto y blanco. Indígenas, negros, mujeres, jóvenes quedaron al margen por su inviabilidad (Reguillo, 2000, 122)

 

Aunque muchos y muchas (jóvenes) se vieron incluidos en el ideal de progreso de la modernidad, proyectando su vida en lo laboral, académico, familiar y social, otros, fueron desarrollando un desencantamiento del mundo racional propuesto por la modernidad. No todos los y las jóvenes responden (o están interesados en hacerlo) a la expectativa de los adultos de ser “el futuro de la sociedad, imperativo adultocéntrico” frente al cual establecen diversas formas de resistencia juvenil que fracturan generacionalmente al joven y al adulto.

 

Otro aspecto importante en ese imaginario dominante sobre el mundo juvenil es el proceso de visibilización del universo joven centrado en la mirada de peligrosidad que surge hacia este grupo poblacional; tanto los medios de comunicación, como el Estado empiezan a construir imaginarios de juventud donde se realiza un seguimiento a sus prácticas, ritos, costumbres, lenguajes y símbolos, claro está, que no para reconocerlos e interpretarlos, sino para vigilarlos y castigarlos, en especial a aquellos, que como expresaría Muñoz son “victimas o victimarios” en la denominada violencia urbana. Aquí empieza a verse al joven como violento, sin embargo, no todos los jóvenes entran en este perfil ya que las diferencias de tipo social y económico marcan las formas de ver, ser y actuar:

 

“…el estereotipo actual del joven violento (casi siempre hombre, pobre, de pandilla y barriada popular) se torna más definido cuando se constata con su coetáneo, este si legitimo: aquel que ha menudo construye la publicidad o el ensayo académico. En este caso el modelo es el de un joven consumista, un chico bien, casi siempre blanco, eufórico, cuerpo delgado, sonrisa perfecta y en armonía con su grupo”(Muñoz, 1999, 10)

 

El proyecto moderno se encuentra con algo que no tenía planeado y era la ampliación de la participación juvenil desde otras representaciones diferentes a la vinculación social establecida al escenario productivo,         esto es la producción de lo juvenil. La construcción o no de futuro se transforma como consecuencia del desencantamiento del ideal de progreso, como plantearía Serrano “Estos futuros no siempre inciden entre sí pues posiblemente el futuro individual puede no tener nada que ver con el ideal social e incluso serle contrario” (2004, 170-171). Los proyectos juveniles individuales muchas veces atraviesan por una búsqueda de hacer parte o involucrarse en el escenario político y social, sin embargo no lo hacen desde las instancias o mecanismos tradicionales existentes, sino que utilizan la música, el grafitti, el tatuaje, el territorio y el grupo como escenarios de expresión y participación propios y significativos para ellos y ellas.

 

Paralelamente, en la gestión pública mediante los planes de desarrollo y las políticas públicas se inicia un proceso de reconocimiento de lo joven desde diferentes concepciones y modelos, que como expresaría Rodríguez (2000) sus principales preocupaciones están centradas en la educación y el tiempo libre, el control de los sectores juveniles movilizados, el enfrentamiento de la pobreza desde y para la prevención del delito o la inserción laboral de los jóvenes como inversión en capital humano. Algunos autores coinciden en afirmar que tradicionalmente las políticas públicas que intentan involucrar al sujeto joven lo hacen mediante el diseño de estrategias de corte asistencialista, represivo o de contención, donde este sujeto es simplemente beneficiario o receptáculo de proyectos y políticas específicas. Recientemente, incursionan otros parámetros en el diseño de las políticas públicas, tales como la participación, el enfoque de derechos, género y principios como la integralidad, diversidad, territorialidad y corresponsabilidad, los cuales también han empezado a ser parte fundamental en la mirada hacia la juventud. En el caso de Colombia se han propuesto criterios de conceptualización juvenil como el que establece la Ley de Juventud: “Entiéndese por juventud el cuerpo social dotado de una considerable influencia en el presente y en el futuro de la sociedad, que puedan asumir responsabilidades y funciones en el progreso de la comunidad colombiana” (Ley 375 de 1997. Ley de juventud. Articulo 4)

 

En Bogotá se identifican dos ámbitos donde el tema de juventud empieza a ganar posicionamiento en el escenario público, en primer lugar el surgimiento de la política pública de juventud 2006 – 2016, la cual se caracteriza por centrarse en un enfoque de derechos humanos. En segundo lugar los planes de desarrollo formulados para la ciudad incluyen miradas sobre la juventud y enuncian el establecimiento de planes y programas que garanticen la participación de los y las jóvenes.

 

Aquí se observa una cercanía entre lo que esperan los jóvenes de la sociedad y lo que espera la sociedad de ellos, las políticas públicas y los planes de desarrollo han mejorado sus discursos frente a la forma como ven a los jóvenes, puesto que ahora incluyen la necesidad de gestionar los escenarios de participación de estos, sin embargo, la relación de poder desde donde están implícitamente fundamentadas estas políticas, no permiten la actuación directa de los jóvenes, mantienen como objetivo principal la vinculación del joven al orden adulto. Aquí toma fuerza el planteamiento de Pérez citando a Touraine cuando dice“…a partir de reflexionar sobre la contradicción que implica hablar de participación social como objetivo, dentro de una sociedad donde los jóvenes se hayan excluidos o marginados…”(Pérez, 2000,227)

 

La legitimación y visibilización de la juventud exige reconocer a los jóvenes públicamente, no solo en conjunto, como una población estática y homogénea, sino caracterizando sus formas de ser, ver, pensar, actuar y sentir desde la diferencia. El derecho a ser visto, es hoy el derecho a existir socialmente, las minorías ciudadanas no buscan que las representen, buscan que los dejen ser, es decir, que se les reconozca. (Barbero, 2000, 33)

 

Las políticas públicas y los planes de desarrollo en el tema de la juventud necesitan posibilitar la construcción de una ciudadanía cultural que en palabras de Reguillo (2000, 123) cuestione el modelo clásico de ciudadanía pensando el derecho a ésta desde la diferencia. El ejercicio de una ciudadanía cultural desde y para los jóvenes exige la construcción de escenarios como las culturas juveniles espacios propicios para la diversidad y pluralidad, acciones en defensa de la vida, reivindicación de temas como el género, la música, la cultura, espacios de participación, comunicación y expresión juvenil, que su objeto no sea vincular al joven al mundo adulto, sino vincularse al mundo juvenil desde sus formas de participación.

 

La construcción de una cultura política donde las relaciones de poder, la construcción de sujetos autónomos y la participación en las instituciones (familia, escuela, medios de comunicación, comunidad y Estado) necesitan ser replanteadas, donde los y las jóvenes y su relación con el orden social establecido tienen grandes posibilidades de reconstrucción, donde el proyecto moderno deja de ver la juventud como un futuro de la sociedad para convertirse en un presente que reconoce sus formas de expresión, participación y agrupación.

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